Cada año desde que tengo memoria, durante la época seca se realizan quemas en la zona donde crecí. Recuerdo un día que estaba en clases de la universidad (virtuales, pues estábamos en pandemia) y tuve que salirme temprano del zoom, ya que el lote baldío detrás de mi casa estaba en llamas. Eran tan altas, que ya veía el momento en que crepitaban hasta nuestro terreno y mi familia y yo debíamos evacuar. Luego de llamar a los bomberos, sacar las mangueras y juntar fuerzas con los vecinos, impedimos que el incendio avanzara.
¿Quién hubiera dicho hace 50 años, cuando todavía se creía que el agua era un recurso infinito, que hoy la crisis climática sería el símil de ese fuego? De acuerdo con el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, entidad líder en la materia, no son normales los niveles a los que actualmente aumenta la temperatura global, o sea, que no es que se nos vaya a incendiar la casa, sino que ya está pasando. Hace cinco años, cuando entendí la gravedad del asunto, me sumí en la pregunta del: “¿será que puedo hacer algo?”.
En 2015, Costa Rica firmó el Acuerdo de París (me permito mencionar el liderazgo de la increíble Christiana Figueres en el proceso), donde se comprometía a hacer lo que se encontrara dentro de sus capacidades -a través de contribuciones específicas en las que no vamos a ahondar-, ante la comunidad internacional para el objetivo común de que la temperatura global no aumentase más allá de los 1.5 grados centígrados, según niveles preindustriales (antes de la revolución industrial).
Si bien desde entonces el país ha hecho un trabajo congruente para mantener este compromiso, en la actualidad enfrentamos una deficiencia de voluntad política para el combate del cambio climático. Como sociedad civil, no existe una fórmula mágica para colaborar con la causa. Sin embargo, algunas de las acciones que podemos hacer desde nuestra individualidad son: exigir a nuestras municipalidades la aplicación de sus Planes Reguladores; votar por candidatos que reconozcan la crisis ambiental/climática/ecológica y que propongan mejoras desde sus puestos; organizarse localmente para averiguar sobre las problemáticas climáticas y ambientales de nuestros cantones y exigir rendición de cuentas a nuestras alcaldías; concientizar a nuestros familiares, amistades y conocidos sobre el tema (para esto, la Dirección de Cambio Climático creó una herramienta interesantísima llamada “Conversaciones Climáticas”); y demandar a nuestras autoridades en el poder Ejecutivo, en la Asamblea Legislativa, y en nuestros ministerios el cumplimiento de las políticas públicas climáticas que existen ya en el país, y sobre todo que sean congruentes con la imagen “esencial Costa Rica”.
Desde mi corazón de activista, de cientista social y de mujer, estos temas pueden ser sumamente agobiantes porque hay una necesidad empática por resolver. Por eso, es necesario reconocer que la ansiedad climática es algo real que afecta a muchas personas, y a la vez que no es nuestra responsabilidad resolver el cambio climático al ser un tema tan complejo.
Ahora, si bien es cierto la culpa de las consecuencias del cambio climático no es nuestra, sino de la actuación colectiva de empresas extractivistas y la acción personal… así como sucedió con el incendio de mi barrio, estas situaciones pueden generar cambios sustanciales y de eso deberíamos agarrarnos. En otras palabras, lo importante es no solo decir “se está quemando ese terreno”, sino contribuir desde nuestras propias posibilidades a mejorar la situación.
Nirel Vázquez es bachiller en Relaciones Internacionales, especializándose en Gestión de la Cooperación Internacional por la Universidad Nacional. Cuenta con 5 años de experiencia colaborando en organizaciones y campañas juveniles por la acción climática a nivel nacional e internacional, en el área de incidencia política. Es asesora del Consejo Climático de Juventudes de Costa Rica, forma parte del equipo organizador del Foro Nacional de Juventudes en Acción Climática y co-coordina la redacción del Plan de Integración de Juventudes en Acción Climática.
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