Algunas cosas, una no las escoge, solamente tiene la dicha. Nací y crecí en un lugar de gente cálida, con efusividad en la voz y el cuerpo, al calor y luz del sol, a la vista del mar, y donde el banjo, el quijongo y tumbas se mezclan en un calipso limonense. La cadencia es particularmente suave y firme a la vez, circular, un poco influenciado por el mar, un poco influenciado por el calor, pero bastante por la raíz.
Agosto es el mes Histórico de la Afrodescendencia en Costa Rica desde el 2018, iniciativa que pretende enaltecer nuestra herencia afrodescendiente, así como reconocer los aportes al desarrollo económico, cultural y social al país. Contrario a la idea generalizada del costarricense blanco, desde la conquista española existe presencia de personas afro en el país. Esta concepción blanca y europeizada del costarricense negó en Costa Rica en el siglo XIX, la herencia de otros grupos étnicos— incluso de los pueblos originarios.
Gracias a la tercera ola migratoria, que marca un hito en la cultura costarricense y conforma parte de la identidad afrolimonense, quienes llegan como mano de obra para la construcción del ferrocarril al Atlántico entre 1872 a 1920 y luego en la producción bananera, llegaron desde Jamaica principalmente, con su cultura y saberes, asentándose en Limón. Lo que era temporal, se volvió vital para la identidad cultural de la provincia. La pregunta es si Costa Rica estaba preparada.
La distancia geográfica y el idioma fueron una barrera para la integración de la población, pero también mecanismos gubernamentales suponían mensajes segregadores para la población costarricense. Mantenían un estatus de extranjeros, los hijos de estos nacidos en suelo costarricense mantenían la nacionalidad de los padres y madres… y existieron políticas migratorias con sesgos expresos para personas afrodescendientes.
Más tarde, en 1948, gracias a acciones políticas se otorga nacionalidad a las personas afrodescendientes nacidas en Costa Rica; ciudadanos en pleno, con participación social, política y económica. Pero la herida ya estaba hecha. En la teoría se da un gran progreso en el reconocimiento de la población afrocostarricense; aún el imaginario de la identidad nacional continuaba emblanquecida, y por su supuesto, con ello los prejuicios relacionados con la etnia y la tez seguían latentes.
Cuando desde Limón llegué a San José en el 2012, enaltecida, dije: “Soy de Limón”. Vaya gratitud sentí al reconocer el entusiasmo en las personas por la provincia: atraídos por su música, su cultura y la asociación directa a la playa y disfrute. Pero nunca faltaron los comentarios como: “¿No es peligroso?”.
Decidí mi camino, motivada por la potencia integradora y el sentido de comunidad que me da la danza afrolimonense. El placer de bailar y de hacerlo genuinamente desde el ser en profundidad mueve más que el cuerpo. Te da una consigna y una voz.
La danza, la música y el movimiento, siempre están ahí. Te rodea y te invita. Bailar la música que te da sentido de pertenencia, es bailar desde las entrañas. El golpe en la tumba se siente en el pecho y cae hasta la cadera, mientras las cuerdas del banjo un poco dulces te suavizan y envuelven. Te contagiás de esa fuerza catártica, jocosa, picaresca y emancipadora.
A través de la danza con grupos de danza folclórica, en procesos docentes universitarios, con proyectos de iniciativa independiente en colaboración, he compartido la esencia de ser limonense y lo que en realidad dice su música. Poder contar de dónde viene, cuál es el contexto que le da origen, y esto cómo afecta, se evidencia y se siente en el movimiento.
En los años 80 se declara el 31 de agosto como el Día de la Persona Negra y Cultura Afrocostarricense por iniciativa del Sindicato de Educadores Costarricenses. Para entonces, se realizaban actividades exclusivamente por y para la población limonense, pero hoy el festejo se extiende en todo el territorio nacional en centros educativos, las instituciones estatales, gobierno central, organizaciones sin fines de lucro e independientes, entre otros. El Grand Parade en Limón centro es la actividad estrella: carrozas, trajes alusivos, música, color y bailes. Congrega a personas de todo el país e invitados internacionales. Es así como se celebra y conmemora la gran lucha negra en Costa Rica.
Aún quedan barreras que derribar. La discriminación existe, los prejuicios de valor y estereotipos causan daños tanto a quien los emite como a quien hiere, pero el frente sigue por esta tierra multiétnica y pluricultural y por el reconocimiento de los derechos de las personas negras.
Fraisa Alvarado es bailarina de danza contemporánea de profesión, facilitadora de procesos creativos y formativos de la danza folclórica costarricense, y coreógrafa. Es licenciada en Docencia y máster en formación dancística. Actualmente, es directora artística en Barbac Danza Folclórica de la Universidad Nacional, académica de la Escuela de Danza desarrollando procesos de mejoramiento, y coreógrafa del Grupo Folclórico ADERHAC de la Casa de la Cultura de Mora. Forma parte del proyecto colectivo Culturas y Raíces CR.
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