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¿Cómo suena la vida?

¿Cómo suena la vida? En más de treinta montajes teatrales, películas y locuciones, mi profesión de actriz me ha permitido conocer muchas realidades ajenas a mí. Me ha permitido hacer madres, doctoras, empleadas domésticas, prostitutas, predicadoras, reinas, abuelas, celestinas, violadoras, monjas, wachi-women, profesoras, cantantes, niñas y múltiples mujeresmás. Cada rol me permite escuchar el mundo desde un lugar que no es el mío y al mismo tiempo me permite entrar a hacerme preguntas a mí. La carrera actoral ante todo es una carrera de autoconocimiento y es una carrera que me ha puesto a ejercitar el músculo de la escucha y la empatía. Les comparto un rol más que no he interpretado, pero que he escrito a partir de una investigación que realicé para la tesis de Licenciatura en Artes Dramáticas, espero que puedan escuchar este pedacito de vida.

 

“¿Cómo suena la vida?”

 

Escena 1

(Atardecer en el Pacífico. Olivia está flotando en el mar)

 

OLIVIA:

Decidir amarme. Siempre, amarme.

Y decidir amar a quien yo quiera amar.

Decidir si quiero un beso, dos, tres, cuatro y después no quiero más.

Decidir hasta dónde, hasta cuándo y ser respetada.

Decidir maternar, sin miedo, con acceso a todo porque me lo merezco: con doula, con piscina, con doctora o con algo que estimula.

Y decidir sin miedo, a no hacerlo, con acceso a los mejores procesos.

Porque también me lo merezco, porque es mi cuerpo el que está en juego, porque maternar no es jugando y abortar tampoco.

Decidir en libertad, protegida, apoyada con todo y desde el Estado.

Decidir en garantía cuando haya sido violada cualquier mujer o niña.

Decidir escribir sin miedo al qué dirán, porque yo una vez lo decidí.

Decidí no maternar porque no lo quería así.

Decidí porque pensé en lo que el proyecto implicaría para mí.

Decidí que si algún día maternaría sería con otro cuerpo que me acompañara en el proceso. Con ternura, con alegría, con recursos, con deseo.

Decidí porque eso es tan personal como lo que me hace mojar la ropa que se me cae cuando me tocan por allá.

Decidí porque podía. Decidí desde mi privilegio.

Decidí y pienso en todas las que no pudieron decidir. Porque les pasaron por encima y porque no hubo garantía de que no se quitara aquello, porque no hubo cabida de que fuera sólo un momento bello, consensuado, equilibrado, calientito y cuidado.

Decidí y pienso lo descabellado que es creer que eso algún día se decide desde el deseo.

Decidí por necesidad y repito: decidí desde mi privilegio.

Privilegio de escuela y colegio en donde se hablaba de ir al crucero.

Privilegio de carro, de casa, de masaje, de chakras.

Privilegio de 300 dólares para eso.

¿Y las que no pudieron? ¿Qué voy a hacer por las que no tienen mi privilegio?

Decidí y ahora más que nunca estoy convencida de que a ninguna se le puede obligar a abortar ni a maternar. A ninguna se le puede obligar a maternar. A ninguna.

Decidí y sigo aquí porque creo que es urgente escucharnos, acuerparnos, no juzgarnos.

Decidí con miedo, con culpa, con dolor y así todo se manifestó cuando pasó.

Decidí escondiéndome, midiendo tiempos, encontrando lugares con dos celulares.

Decidí aun cuando el instante antes de tomarme el tratamiento lo dudé por el tiempo. Porque no sabía lo que venía, las consecuencias que traería, las reacciones del cuerpo en semejante travesía.

Decidí, vomité y cagué todo al mismo tiempo y en menos de lo que esperé. Así de horroroso como suena. Así en la espera.

Decidí y el cuerpo se me devolvía porque como no es legal, lo accesible es cualquier otra vía: por el intestino, por el estómago, por el sistema nervioso.

Decidí y me arrastré del baño, con dolor, me arrastré. Subí a mi cama y en una contracción me desgasté. Ahí quedé.

Decidí sabiendo que no podía llamar en ese momento a la ambulancia, porque ya tenía la disonancia de que si la llamaba podrían querer interrumpir la interrupción.

Decidí rogando no morirme en el intento.

Decidí sobrellevando el dolor más inexplicable de cualquier cuento.

Decidí y sucedió, pero no con la primera dosis. Tuve que tomarme una segunda y con eso sí bajó.

Decidí sembrar todo lo que salió. Yo estaba convencida de que aquello era una semilla.

Decidí que germinaría en otra tierra que estuviera en Orotina.

Y así, decidí sembrar.

Sembrar la idea de que todas merecemos poder decidir en libertad.

En libertad de no tener que entenderlo desde ninguna iglesia, ningún evangelio, ninguna doctrina en la que no me veo.

En libertad de hacerlo y no caer presa por eso.

En libertad de que si me veo en esa situación pueda hacerlo acompañada, asesorada, asegurada.

Segura de que decidí en la libertad de decidir.

Con o sin privilegios, poder decidir.

Y decirme: “Decidí en la libertad de decidir”.

La libertad de poder decidir.

María Luisa Garita es actriz profesional, politóloga, docente y gestora cultural. Amante del chocolate y la música, le interesa la investigación de la voz hablada y cantada, el paisaje sonoro y el uso de los estudios de performance como lente metodológica para estudiar la violencia estructural. Actualmente, desarrolla el guión de una obra teatral llamada: “¿Cómo suena la vida?” del cual extrajo el texto aquí compartido.

 

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